domingo, 30 de marzo de 2014

Un vuelo en la furgoneta de Ricardo

No sabía que aquel día iba a poner en práctica un proyecto que anhelaba desde hacía ya algún tiempo, tampoco podía suponer el resultado de aquella aventura que me desvelaba. Lo cierto es que con 8 años y medio, me sentía en condiciones de lanzarme a una empresa mayor, una que pudiera recompensar a un niño de anteojos como yo, con los galones que se obtienen sólo mediante una hazaña.

Lo concreto es que Ricardo a las 12 en punto golpeó a la puerta del N° 2418 de la calle 17, mi casa, para hacer la última entrega del día, unos manjares de dulce de leche que sobrevivían a la demanda de todo el barrio gracias a su complicidad, ya que para que llegaran a mis manos, debía ocultarlos bajo una impecable tela blanca de su canasta. Un doble fondo. Entonces llegó el momento, de repente sentí un impulso y mi plan se puso en marcha. Mientras mi madre arreglaba las cuentas de las facturas salí y me oculte en algún lugar entre las hortensias del jardín y aguardé allí hasta que al fin, Ricardo dio arranque a la furgoneta Citroen. Sin pensarlo corrí y me trepé en el paragolpe trasero de su vehículo sosteniéndome de pie, aferrando con mis manos el techo de su caja de carga. Jamás podía haber yo imaginado que mi panadero favorito estaba realmente apurado por regresar a su casa y tan pronto arrancó, puso tercera por la 19 directo hacia Baigorria, el límite del mundo.

Era verano y por toda indumentaria vestía una malla de lycra azul con la foto de auto del Emerson Fitipaldi en el frente. Es importante decir que la 19, como todo saben en el barrio, es una de las pocas calles que comunican con el mundo exterior, el planeta Marte y todo el universo. Las otras calles giran y te devuelven hacia el centro desembocando siempre en la 17, la columna vertebral de Parque Field. De manera que el diseño elíptico de sus calles protegía a los niños haciéndolos regresar mediante curvas al corazón del barrio. Pero no era este el caso, me hallaba a 60 kms. por hora en la 19, parado en el estribo de una furgoneta y Ricardo al parecer no había advertido mi presencia. Faltaban unos 40 metros para llegar a Baigorría y salir del barrio sin frenar, si el colectivo 71 no lo detenía en la próxima esquina, bien podía hacer una curva directa, sin frenos, y llevarme flameando en su parte posterior hacia otro mundo aterrador que jamás estuvo en planes conocer.

De manera que tomé la decisión de soltarme y me solté. Pude sentir que planeaba por unos instantes viendo como la furgoneta del panadero se alejaba metro a metro de mi cuerpo. Por un instante sentí el alivio de haber evitado el peligroso mundo exterior pero inmediatamente después, mi pecho hizo contacto con el pavimento ardiente de la 19 y luego toda la superficie de mi piel sirvió como tren de aterrizaje.

Quién diría que la Señora de Bolgnesi, tan cansada de los pelotazos que pegaba yo contra su pared, incluso su ventana, iba a tener el buen gesto de salvar mi vida.
Recogió a ese niño todo ensangrentado y lo devolvió a los brazos de su madre. Gracias a ella, es que hoy pude contarles esta historia.

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