domingo, 30 de marzo de 2014

Coma profundo

Llevaba cuatro días de actividad cerebral con total ausencia de respuesta física. En coma profundo su mente se hallaba lejos de los fármacos que los médicos creían lo mantendrían en estado amnésico.

Su hijo y su ex mujer iban camino al sanatorio de una ciudad a otra inentando llegar a tiempo. Querían tocarlo y ver como estaba o no estaba en este mundo. Su auto patinó bajo la lluvia y ahora se encontraba cubierto de sábanas blancas, tubos y cables, curioseando de tiempo en tiempo como un testigo presente, singulares escenas de su propia vida. La clarividencia de su limbo le mostraba lo que había sido incapaz de percibir hasta ese momento.

Se vio discutiendo con su mujer delante del llanto impotente de su hijo, apenas un niño. Se fundió en el siguiente momento en que fumaba conduciendo hacia otra ciudad en la confusa pretensión de alejarse de los problemas. En una secuencia encadenada e indetenible de imágenes reveladoras su mente viajaba de escena en escena. Como la de estar dormido en la barra de un bar sin fuerzas para regresar a un hogar que ya no sabía cuál era. Y también este último momento cuando no pudo dominar su coche y desbarrancó viéndose en el auto cayendo por la ladera, hasta sentir de nuevo el golpe secó del impacto que lo cegó en un blanco profundo que ahora reinaba en toda la habitación del sanatorio. Todo había empeorando paulatinamente en un espiral de desaciertos como una escalera que desciende peldaño a peldaño hasta el mismo infierno.

Ya nada resultaba casual. Los espejos fragmentados de su vida se recomponían en un solo cuadro al tiempo que la sabiduría de la comprensión le abrían la puerta de una paz que se anunciaba lumínica y duradera. Sus manos se movieron involuntariamente pero fue un reflejo pasajero y en un instante se hallaba nuevamente lejos de allí con una insinuación de sonrisa en el rostro.

Un tacto tibio sobre su abdomen lo regresó por un momento a la sensibilidad de la piel. La cabeza de su hijo se apoyó sobre su pecho y su pequeño cuerpo abrazó el suyo inmóvil. “Papa, te quiero, quédate conmigo” dijo una voz real que despabiló sus sentidos como una terminal eléctrica que reinicia la marcha luego de un shock en múltiples ruidos. “¡¡Papá, papá!!” la mano de su padre se cerró repentinamente con fuerza sobre la de su hijo y sus ojos se abrieron de par en par despertando a la sorpresa de la carne y a la incandescente luz del sanatorio. Su vida sería en adelante, lo que nunca antes fue. Era el comienzo de un nuevo día.

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