domingo, 30 de marzo de 2014

Al límite

La mirada de Romanicio resultaba tan dura como 10 amonestaciones , si hubiera podido elegir quizás me quedaba con las amonestaciones, pero mi libreta de calificaciones estaba llena de apercibimientos de manera que no tenía opción. Mi vieja leía asombrada mi comportamiento del primer año en la escuela N° 330 República de Grecia: “5 amonestaciones” concepto “Reiteradas faltas de respeto a la autoridad” y se repetía en los renglones la cantidad y el concepto hasta llegar al límite permitido. A mitad de año me encontraba en una situación sin retorno, debía ser un estudiante ejemplar o rajar a otra escuela con el agregado de una docena de zapatillas marcadas en el culo.

Decía que con Romanicio la persuasión coercitiva no existía, era autoridad pura y dura. Con los años me alegro de haber tenido a ese director rectilíneo que patrullaba los largos pasillos de la escuela como el mismo gral. Patton. De no ser por él y por mi viejo, que me tenían vigilado como a un prisionero de máxima peligrosidad, quizás hoy estaría tras las rejas, de hecho, había comenzado a juntar méritos para estarlo.

Un día en clase de historia cometí el error de agregarle en voz alta una R al apellido de la Vega y la profesora me ordenó salir del aula, es decir, al pasillo, que era como largarte a la intemperie en el polo norte. ¿Y adivinen quién venía? Romancio. Mi situación como ya dije no era la mejor, así que comencé a sudar frío. Mirándome directamente a los anteojos caminó en línea recta hacía mí y tomándome de un ala me condujo medio a la rastra hasta una columna cercana a la dirección. “¡Quédese aquí mirando contra la pared!” me dijo, ¡Ahora vamos a resolver esto, espere!”. Pensé en escapar, irme a la Siberia o a cualquier confín del mundo y ser adoptado por una familia de rusos con trajes de piel y comenzar una nueva vida. Pero mis pies no se movieron, no se porque razón.

Al cabo de unos minutos el temido director apareció con unos papeles en mano caminando hacia mi lugar de penitencia. Mi mente comenzó a imaginar una corte marcial de padres y directores decretando lo que sería mi triste expulsión. Entonces se acercó a mis espaldas y me susurró al oído. “¡Usted es un pelotudo!” Yo no salía de mi sorpresa y agregó “¡Raje de acá y no lo quiero ver más hasta fin de año, ¿Está claro?!” Por un momento me quedé parado allí todavía tiritando de miedo y me pareció ver que Romanicio disimulaba una sonrisa mientras se alejaba por el pasillo sin mirar atrás. Siempre recordaré aquello, un tipo duro y aparentemente inflexible, me había ofrecido una segunda oportunidad exhibiendo un don de gente que hasta el día de hoy puedo recordar y agradecer.

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