domingo, 30 de marzo de 2014

Din Don Dan

Batman y Robin se hundían en la cima de una torta de crema como trampa final del Pingüino cuando ¡Maldición! el robusto Zentih blanco y negro comenzó a fallar otra vez.

Mi abuela, que venía de visita, se había puesto a caminar de ida y vuelta frente a la pantalla estorbando la visión del último episodio especial de navidad.

Despotriqué contra ella y me corrió con una rama que usaba para espantar los perros. Decidí terminar con las inconveniencias y quitándole el bastón de un saque se lo revoleé arriba del techo. Eso me costó un exilio temporal de casa que utilicé para tirarle piedras a un panel de abejas en la placita del barrio.

Al regresar me refugié en mi habitación y dediqué mi tiempo a operaciones matemáticas extraescolares. Según mis cálculos, si un espiral Atanor duraba ocho horas, este pedacito, alcanzaría una duración de una hora y media. Até la mecha de un rompeportones de 80 al centro del espiral y lo encendí en el extremo. Salí al jardín donde se preparaba la mesa de noche buena y escurriéndome entre las piernas de mi vieja, escondí la bomba en un esquinero de frondosas plantas.

A las 23.50 explotó el petardo justo detrás de la cabeza de la abuela levantándole 10 centímetros la falsa cabellera. La potencia y la perfección del cálculo del estallido me llenaron tanto de satisfacción que todas las miradas se posaron en mí. Otra vez en penitencia.

Encerrado en mi dormitorio, abriría los regalos al día siguiente. Dolía, pero no tanto, al fin y al cabo no tenía muchas esperanzas. En los hermosos paquetes que se hallaban debajo del arbolito no había ninguno en el que podría caber una bicicleta, mi gran deseo.

Con gesto adusto y palabras severas mi viejo me llamó a la una y media de la madrugada y me ordenó que retirara de su auto unas valijas que traía de su viaje de negocios. Cuando abrí la puerta de la cajuela mi vista se topó con una increíble bicicleta azul metalizada que no tenía mi nombre. Desconcertado corrí adentro y le conté a mi padre mi fantástica visión. Entonces me dijo indulgente “Es tuya hijo, Feliz Navidad” y me abrazó.

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