domingo, 30 de marzo de 2014

Mareva en Los Angeles

Mareva entró a la fiesta de amigos subiendo la escalera exterior del primer piso ubicado en el bajo edificio frente a la costa del pacífico en el barrio de Venice, California. Se acercó a la cocina saludando entre la gente de diversos países y tan pronto estuvo allí una mano le ofreció un vaso de vino “Me llamo Stéfano, eres hermosa” le dijo en directo español “¿hielo?...las costumbres francesas no me cuadran” Ella miró el suelo y al levantar la vista respondió con una sonrisa encantadora “A mi sí, lo prefiero al natural”. Esa noche se acostó con el tipo que tocaba la guitarra, Antuan de París.

Su estadía en Los Angeles era como la de casi todos los extranjeros que moran temporariamente allí, estudiar o hacer experiencia en alguna empresa del mundo del entertainment, ya que en esa gigantezca ciudad de casas bajas, calles anchas, montañas y mar, se encuentra Hollywood, lo que resulta un imán para todo aquel que sueña algún día en ser una estrella, un productor o un cineasta. Stéfano escribía canciones que pretendía vender a los intérpretes latinos del tipo Luis Miguel o Cristian Castro. Si quieres soñar en grande, Los Angeles es el lugar adecuado.

A Mareva le sobraba belleza y siendo una mestiza de las Islas Canarias podría hacer un bolo en cualquier película y pronto pasar a ser, por que no, un ícono mundial de la pantalla grande. Así suele suceder en Los Angeles. Puedes conocer, y muchas veces trabajar, en empresas como Fox, la Paramount, Dream Works y etc. Allí también viven los actores y las todos los que conviven con las artes vinculadas al cine y la música que uno pueda imaginar. Si en un bar de esa ciudad uno le pregunta a la mesera ¿De dónde eres? ¿Qué es lo que haces aquí? Es común que la respuesta sea “Soy actriz” y uno interiormente dice “ah, pensé que eras camarera” pero en lugar de ello, simplemente ordena “Well, I like to order a T-bone, red please”. Stéfano precisamente quiso comer un bife jugoso cuando la vio entrar de la mano de Antuan y por esas fatalidades del destino volcó su Coca Light a dos metros de ella. “Hola, this is Antuan, ¿tu nombre era? Dijo la morena que otra vez lo deslumbraba con su hermosura simple de trigo y luna.

Los amigos en común los volvían a reunir sin éxito para Stéfano que cada vez que la veía se sonrojaba interiormente, pero nunca perdía la oportunidad de hacerle saber lo que sentía por ella. Lo hacía con una frase corta y contundente, como un misil que quiere llegar al otro lado del mundo y explotar en tierras que hablan otro idioma, como el de Mareva, que siendo también hispana se movía por aquí y allá hablando francés y besando al simpático parisino.

Una tarde llamaron a la oficina rompiendo la rutina de Stéfano para invitarlo a la despedida de Mareva que mañana mismo regresaría a las islas. Dolido por la noticia confirmó su presencia y en la 3° Street, la única calle peatonal del marino barrio de Santa Mónica, se reunieron todos los amigos del grupo. Hicieron una ronda improvisada para decidir hacía dónde partirían. Con más de cien kilómetros de extensión de esa ciudad, uno debe indicar los destinos con total precisión o no se llega a ningún lado. Por esa razón todo quien tiene su auto que equivale a las piernas para caminar. Como dice una famosa canción norteamericana “Nobody walk in LA”. “Vamos donde sea pero me vuelvo con Stefano” dijo delante de todos Mareva señalándolo a él que ésta vez fue el sorprendido. Primero porque seguramente ella tendría su auto y segundo porque el invencible Antuan no estaba allí.

Estacionaron frente un bar que señalaron todos como desconocido y presuntamente bailable en un punto opuesto y extremo del mapa. Llegaron después de conducir por los freeways al menos 40 minutos. Aclimatándose en el sitio Mareva se refugió en tragos con sus amigas y lo propio hizo Stéfano con los suyos, como alumnos del último grado de la escuela primaria.

Al regresar al punto de encuentro de la 3° Street, Mareva cumplió con su palabra y emprendieron la caminata hacía el auto de Stefano estacionado a unas calles de allí. En el camino casi no se dirigieron la palabra pero él se detuvo sin motivo en el lugar de más penumbra. La tomó de un brazo y sin decir nada la trajo hacia su cuerpo y la besó. La piel y la boca de Mareva resultaban ser mucho más dulces y suaves de lo que él jamás podría haber imaginado.

No hubo tiempo para más. El avión de Mareva partió tres horas después de ese primer y único encuentro. Stéfano quedó con las fragancias de una piel de las Canarias envuelto en el sueño de un amor que se perdía en la línea blanca de un Jet sobre el amanecer de un cielo azul celeste.

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