domingo, 30 de marzo de 2014

El arco. Abril 2051

Mi pequeño hijo yace sobre la cama contigua a la mía. Esta dormido, inconsciente. Lo miro antes de fijar los ojos en mi arco. Su rara enfermedad viral le depara unas pocas semanas de vida. El médico oprime un botón y emerge en el ambiente las mágicas cuerdas de Bach, que aunque bellas, me dan tristeza, pero no digo nada. Gira la perilla del dimer hasta dejar la habitación en una penumbra amarilla, se acerca a mi y apenas sonríe, me toca con su tibia mano y se recuesta en la tercera cama.

Los tres formamos una figura semejante al símbolo de la paz, unidos sólo en un único centro por nuestros pies desnudos. Sobre cada camilla, los arcos blancos iluminados con tenues leds multicolores comienzan a desplazarse desde la altura de nuestra cintura hasta la línea de nuestros ojos. Los violines suben al cielo de sus notas y en un destello de luz del arco, estamos dormidos.

Entonces veo tranquila, suavemente, pequeñas esferas plateadas, doradas, azules y verdes, cayendo lentamente por todo el espacio que me circunda. Estoy quieto. Siento un estallido de pequeños microsoles que impactan tibiamente en mi pecho y en toda la superficie de la piel desnuda. Como asteroides que golpean masivamente un planeta gigante que soy yo, actúan atenuando las vibraciones nerviosas, desacelerando el pulso cardíaco. Al estallar en mi cuerpo su luz traspasa la carne y siguen viaje en mi interior.

Avanzan las luces organizándose en bailes de suaves sincronismos, abrazan zonas dolidas de mi memoria y mi corazón, se aglutinan como abejas y viran su color fosforescente desde el dorado al azul metalizado y al verde esmeralda, haciendo crecer y decrecer su luz interior, y al cabo de unos segundos, se diseminan por el espacio como naves inteligentes, dejando el órgano abrazado en paz, rojo latente, acariciado.

Abro los ojos, la canción ha terminado, el médico ha abierto la ventana y mira el jardín. Se escucha el trinar de los pájaros. Mi hijo yace con sus mejillas rosadas, intacto e inmóvil. Me acerco a su cama impaciente y fijo la mirada en su carita de ángel de párpados cerrados. Pasan varios segundos y por fin abre los ojos, como dos persianas, lentamente. Sus pupilas leen directamente el interior de mi mente en silencio, noto que sus ojo aún ven, en un pestañear, la maravilla que ha sucedido en su cuerpo, como en el mio. “Estoy bien Papi” me dice, "Sé que estoy bien, y estoy feliz" y me pregunta - “ ¿Era Dios Papi ?” ....Una soga repentina me ata la garganta y aguanto las lágrimas. “Sí hijo... era Dios” digo por fin y abrazo tembloroso su pequeño cuerpo.

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