domingo, 8 de marzo de 2015

Yi Yin

Ana se viste para laburar con una mezcla de glamour del tipo “alfombra roja de los Premios Oscars” y un estilo barrial de onda “vamos a barrer a la vereda”. Puede lucir a un tiempo sandalias sintéticas doradas de medio taco y falda de raso corta, combinadas con una camiseta blanca y roja de cerveza Brahma.
Pero es también común verla a las 9 de la mañana en pantuflas de peluche celestes con cara de osito, resaltadas por una blusa de noche escotada, de brillos plateados que descubren el final de su blanca y esbelta espalda. Ana es alta y bella.

Su look es tan efímero que puede aparecer como una rubia oriental disimulada entre las góndolas, o una distinguida cajera pelirroja de ojos celestes, en lo que ocurre de la noche al día. Nuca se sabe a ciencia cierta quién es Ana. Cuando una dama asiática está en la caja siempre presumo que es ella, pero sólo puedo puedo suponer -Hola Ana -digo inseguro- sin la de certidumbre de saber si en verdad es ella misma, o su prima de Beijing. Ana me gusta.

En el supermercado no hay nadie que te diga -Yo me llamo Mao, o Yao Lee, o Kung Fu, ni suelte nunca un, ¿Qué tal qué hacés?-. De los 14 tipos que allí laburan sólo Ana saluda y dice -¿Hola, cómo estás?- Es la clara figura del super chino de mitad de cuadra, y las vecinas dicen –Hola Ana, chau Ana-. De no ser por ella, serían todos unos impersonales que balbucean en la caja “tlececintos venticuatlo con cincuenta” y adiós pala siemple. Aunque vivas en la esquina.

-Curry Ana,- le pido-, -¿Culi?- dice ella. –No, C-U-R-R-Y Ana, es asiático, de la India bah, le deletreo en voz alta. Te lo compré hace un tiempo- termino de explicar. -Tlaeme la botella y te lo consigo - dice Ana- y luego saca una botetellita del fondo del estante y agrega -Esto, Chimiculi-, sugiere. -No Ana, eso es para el asado, eso es CHIMICHRURRI, es argentino- Refuto yo mientras le miro las piernas.

Una vez tuve que maniobrar mi changuito para esquivar a tres chinos sentados en la vereda que merendaban alrededor de un cajón de manzanas sobre el cual descansaba una tetera de porcelana pintada con motivos florales. Fumaban indiferentes habanos cerca de una Kawasaki mil estacionada cerca. Ni una sola palabra entre nosotros, ¿El té de las cinco?

Su nombre suena como Yi Yin. Cuando se lo pregunté me dijo que no tenía traducción. Se mostró distante y esquiva, como quien sugiere…”No te metas en este baile”. Un día me dijo que tiene 2 hijos que andan por aquí. Todos viven por aquí, por atrás del super.

Yo saldría con una tipa como Ana. Si aceptara venir a casa le cocinaría unos salteados tailandeses, mal aprendidos, con la excusa de saber sobre su China, sobre su Argentina, y luego animarme a su boca exótica y a sus orientalidades, tan resguardadas. Pero tengo la sospecha que seríamos perseguidos eternamente por un hermético clan. Acosados hasta la muerte por la traición racial de Ana.

Y es por eso quizás que los días transcurren así, cuando me acerco a su lugar por un sachet de leche descremada y un fernet. Paso la puerta, me dejo ver sonriente y casi digo gritando -Hola Ana, ¿Cómo estás?-