domingo, 30 de marzo de 2014

Torrentes

La lluvia era interminable.
Había construido fortalezas de Rasty en mi habitación y aún no cesaba. Por las hendijas horizontales de las persianas de madera corrían gotas que atrapaba con los dedos y saboreaba en los labios, miraba y miraba la cortina de agua por la ventana hasta que una día paró.

Calzándome unos joggings azules dentro de las botitas amarillas monte en mi bicicleta azul y salí a recorrer el barrio. Torrentes de agua viajaban a gran velocidad por dondequiera enmarcado en el gigantezco gris del cielo invernal.

Solté un barquito de papel sobre la corriente y lo acompañe con la bici por larguísimas cuadras, sin cansarme de verlo sortear obstáculos. A veces parecía detenerse pero en las esquinas lo encontraba un nuevo y poderoso río y la aventura continuaba.

Su mástil de papel tenía mi nombre escrito en fibrón rojo y en cada nueva ola, a babor o estribor, creía ver su naufragio. Puse freno a la bici en el límite del barrio justo en la confluencia de un curso mayor . Por un momento su marcha se tornó indecisa pero ahora obedecía las órdenes del viento. Sentado en la bici esperé su regreso. De repente, como si un imán lo atrajera, puso rumbo fijo al horizonte y lo perdí de vista.

No sé porqué aún me visita en sueños aquella rara tarde de su partida.

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