domingo, 30 de marzo de 2014

El tercer banco

…y hablando de culos ¡El culo que tenía Jorgelina! Pobre, tuvo que soportarme buena parte de la secundaria estirando mis piernas para tocárselo desde el banco de atrás aunque tan sólo fuera mediante el hueso de mi rodilla. Y sí Jor, me disculpo por las incomodidades que te hice sentir todo ese largo tiempo, pero como sabrás hoy, las hormonas en esa edad juegan partidos de fútbol, y además convengamos, tenías un culo fenomenal.

El problema que Jorgelina debía enfrentar conmigo no era tan simple como parece. Cuando el primer día de clases uno elegía el banco, se quedaba en ese lugar por el resto del año, de manera que si te tocaba un degenerado como yo, te amargaba la vida todo el año lectivo. Perdón Jorgelina, ¿No era así? Te imagino pensando los días previos al inicio de clases, “ojalá que Patricio no se ponga en el banco de atrás” dirías. Porque claro, uno podía elegir su banco pero no podía interferir en decisiones ajenas. Se trataba de un poder limitado a las circunstancias del momento. Aquello se resolvía así: Entramos al aula todos juntos el primer día de clases y si uno se apuraba lograba plantar bandera sobre un pupitre, allí nadie se metía. Era un derecho territorial adquirido por simple posesión.

Pero te aclaro Jor, que el tercer banco que yo ocupaba no tenía en principio el atractivo de la contemplación de tu espléndido traste. Eso fue un felíz complemento. Había otras razones de peso. La primera y segunda hilera de bancos, horizontalmente hablando, eran la línea de fuego de los docentes, y sentado allí, uno se exponía a las miradas, preguntas, e incluso a botonerías como borrar el pizarrón. No eran para mí.

Siendo un quilombero importante, honestamente hubiera preferido sentarme en el los últimos bancos, donde sólo había puras bolas pero uno se refugiaba en el anonimato que ponía a los docentes casi fuera de alcance. Desafortunadamente para vos, yo no tenía esa opción. Más allá del tercer banco hacia atrás, las letras de tiza se me borroneaban tras los cristales de mis anteojos. Así sucedió conmigo desde el primer grado de la primaria, cuando elegí el último banco para evitar problemas (o causarlos), pero a mitad de año mi vieja revisó mi cuaderno y sólo pudo encontrar dibujos de animales y todo tipo de cosas, de tema libre, menos asuntos didácticos. Fue así que al mes siguiente aparecí con unos marcos de carey sentado en la primera fila, un calvario.

Creo haberte explicado en parte Jor el asunto de mi ubicación en el tercer banco pero ya te imagino diciendo molesta “¡Sí, pero en la tercera hilera tenías otros 5 bancos para eligir y siempre optabas por el que estaba detrás mio!” Es cierto, ahí no te voy a negar que tu culo podía inclinar la balanza en la elección. Te ruego que tengas piedad por ese adolescente corto de vista que por estrictas razones médicas sólo tenía 5 terceros bancos del total de los bancos del mundo para elegir. No, en serio, Vos, siendo yo, ¿Qué hubieras elegido? O los largos pelos heavy metal de Daniel Pendino (te quiero Dani) o ver tu remera levantada en la parte inferior de tu espalda. ¿Viste como la matemática reduce las posibilidades? En fin Jor, nada resulta casual.

Bueno, mi conversación se tornó aburrida así que me despido. Sólo espero que mis argumentos nunca sirvan como alegato ni justificativo por tantas molestias causadas. Al fin y al cabo, sigo siendo un reo y aún no logro arrepentirme de haber elegido el tercer banco. Si te pido en cambio, una tierna indulgencia por ese adolescente calentón que, dentro de las opciones de la tercera hilera, no supo eludir los encantos de tu hermoso culo. Un beso.

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