domingo, 30 de marzo de 2014

Nella fantasía

En la primera infancia podía darse cuenta que las cosas en su casa no estaban del todo bien. Había raras conductas, horarios extraños, pocas palabras. Sin embargo dentro de todo, pensaba él, su vida era casi normal. Con diez años creía en esa protección divina que siempre lo hacía pensar que nada malo le ocurrirá. Era hijo único y al menos tenía padres, iba a la escuela y podía jugar a la pelota con amigos. Con su pureza de niño se autoconvencía de que las cosas mejorarían, pero un martes cualquiera todo cambió.

Su padre estaba mezclado con lo más pesado del hampa del barrio oeste de la ciudad
, y se dedicaba a la venta de autos robados, negocios con drogas, estafas y arreglos con policías corruptos. Ese martes ingreso apurado a la casa porque debía huir sin más remedio llevando su mujer y su hijo a cuestas. Dejarlos en su casa podría implicar aprietes a su familia que lo hicieran regresar al nido y allí entonces sería emboscado.

Tomaron la ruta a Córdoba dejando en la casa hasta el televisor encendido, y a mitad de camino Julito se encontró con una discusión entre sus padres, a consecuencia de la cuál, la madre tuvo que bajar del auto casi a los empujones. Debió seguir el viaje con ese padre que no tenía ni una palabra de contención para él, ni rumbo conocido. Entre llantos de niño avergonzado, lo dejó solo ese día, alojado en la tienda de unos gitanos en un paraje cualquiera, con la promesa que regresaría a buscarlo. Viendo como su padre se alejaba y no teniendo a su madre, ni a nadie más en el mundo, comprendió de repente la impiedad del desamparo.

Se había convertido en un prófugo involuntario y no sabiendo ni el Padre Nuestro, aprendió a rezar por las noches improvisando palabras para llamar a Dios, para que vuelva su madre, para que lo sacaran de ese mundo ajeno y hostil. Se tapaba la cara con la almohada para llorar su tristeza de niño huérfano a la fuerza. Ayer nomás, había tenido amigos, barrio, casa y padres, ahora vivía con unos gitanos que lo trataban como a un perro con sarna.

Un día su padre regresó y creyó que su vida volvía a ser normal, pero condujo el auto hasta un palacio ubicado en la sierras cordobesas, no muy lejos de la ciudad, donde vivía una familia rica. Allí lo volvió a dejar, esta vez, sin promesas. Uno de los hijos de esa familia, según lo recuerda hoy, era rubio, lindo y bueno. Jugaba con él siempre y habían estrechado una amistad temprana, como sólo saben hacer los niños. Una tarde en el jardín, apareció un tipo a sus espaldas y lo alzó sujetándole los brazos. Se lo llevaba quien sabe donde, era un secuestro, o eso parecía. Cuando el mastodonte desconocido estaba por salir por el portón de rejas, con Julito pataleando y gritando entre sus brazos, el sonido de un chiflido hizo que aquel matón se volteará. Pudo ver en un segundo a su amigo rubio apuntando con una gomera, pero no hubo tiempo para nada. El disparo certero incrustó una piedra entre las cejas de aquel desconocido, que bañado en sangre, dejó caer al niño sobre el pasto. Julito corrió hasta un refugio secreto que habían señalado con su amigo para utilizar en situaciones de emergencia.

Un día el hombre rico lo llevo en su auto importado hasta el centro de la ciudad y le ordenó que bajara del auto, justo en la calle peatonal, sin ninguna explicación. Durante horas se quedó parado en esa esquina, con la esperanza de que alguien quizás pudiera venir a recogerlo. Se hizo de noche y tuvo que refugiarse del frío. Buscó unos cartones, y cubriéndose con esas tapas duras, paso la noche en el hueco de un comercio.

Aprendió a esperar por un plato de comida en las puerta trasera de los los restaurantes, a vender golosinas en la calle, y a rezar en las iglesias. Se había agenciado un rincón en un baño público de la terminal de omnibus, donde retumbaban los sonidos. Al descubrir eso una tarde, hizo rebotar su voz entre las paredes, entonando una canción que había escuchado mientras vendía cigarrillos en un cabaret. 


Era una hermosa melodía italiana cuyo nombre no conocía. Fue tal la impresión causada por esa nostálgica canción, que decidió volver noche a noche al cabaret, hasta llegar a memorizar a la perfección la fonética de esos versos escritos en un idioma desconocido. Durante años la ensayó solo en su auditorio de mosaicos. Tiempo después supo que su nombre era Nella Fantasia. Y mucho años más tarde se encontró con la traducción de sus palabras. Su letra dice: “En la fantasía yo veo un mundo justo, donde la noche es menos oscura y las almas son siempre libres como el vuelo de las nubes”

Veinte años después pude conocerlo por un amigo en común, en ocasión de un gran concierto que lo tenía como artista. Hablamos de su vida por largo rato, y entre lágrimas suyas y mías, no sé porque me confesó aquello: “Yo todavía busco tener una vida normal, una familia ,y una infancia ,que un día martes me robaron para siempre”.

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