jueves, 31 de julio de 2014

Yin y Yang

Ya no soportaba el peso de quererla tanto. Con 17 años había sufrido lo suficiente por ella como para privarme ahora de su versión de la historia, la de sus propios labios. Demasiado para un niño virgen que se consumía en cualquiera de sus miradas. Un día decidí que ya no sepultaría más las emociones en el cajón de la cobardía, y fui a su casa.

Y hubo un instante, uno en que su mirada encontró la mía. Ese momento necesario en que la suerte vuela en el aire como una moneda. El yin el yang de la víspera, el punto donde la suerte interviene y es la gloria o te aplasta con un planeta.

Y su veredicto no se discute, y es a cara o cruz. Y me fui despejando lágrimas como el parabrisas de un auto. Y no hubo festejos, porque nadie celebra cuando se inunda la tierra.

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