jueves, 31 de julio de 2014

Un largo chorrito por la 17

Formábamos equipos de dos. Había que recorrer la mayor distancia posible meando el asfalto sentado en la moto de espaldas al conductor. Es decir uno manejaba y el otro meaba. La calle 17 era la única recta larga del barrio, de manera que ese era el único escenario posible para la competencia. En cuanto al momento elegido, no había nada programado, nos juntábamos, y fuera noche o día, se largaba igual, salvo que lloviera, en cuyo caso no se podía distinguir el chorrito en el pavimento.

La ecuación que siempre resultaba vencedora era la que lograba reunir dos elementos esenciales. 1 Tener muchas ganas de mear (acompañante). 2 Acelerar a fondo para que el chorrito rindiera más metros sobre la calle (conductor).

Parece simple, pero bajarse los pantalones, o abrirse la bragueta arriba de una moto (era parte del reglamento) no resultaba nada sencillo. El otro gran peligro eran los badenes, esas hondanadas del suelo, que tomadas a gran velocidad, dejaban al acompañante suspendido en el aire por unos instantes, y podía terminar en un revolcón, con el pito apretado en la cremallera y los vecinos que se te venían al humo indignados.

Había que hacerlo en mi Honda C90 roja y cremita, porque era la única de doble asiento. Era el tiempo del reinado de la Zanellita 50 (evolución de la Bambina 48), que contaba con un sólo asiento, tan duro, que luego de conducir varias horas, te dejaba el culo dolorido como si hubieras cruzado la cordillera a caballo. Por eso las Zanellitas, incluso la Piaggio verde de Héctor (el avispón), quedaban excluidas para el evento. Aquel modelito de honda tenía pedales para darle arranque. Ponías la moto sobre el caballete, te subías y pedaleabas hasta poner en marcha el motor de cuatro tiempos. Los pedales me traían a casa cuando me quedaba sin guita para la nafta. Regresaba pedaleando, iluminando el camino con la pobre luz amarilla de su farolito redondo que funcionaba a dínamo.

La desventaja de la Corvex era que no sabía disimular los desniveles. Sus amortiguadores eran cortitos y habían sido diseñados para calles japonesas. Por eso el tema badenes era clave, tanto como lo es una curva larga para un corredor del moto GP. Con esas condiciones técnicas atravesábamos el barrio meando la 17.Primero un equipo, luego el otro. Pasábamos ante la mirada de viejas que barrían las veredas, de maestras que caminaban de regreso a casa, de señores rastrillando las hojas del jardín. Y allí al final, cuando el chorrito terminaba, dábamos la vuelta y contábamos las cuadras. Llegamos al record de recorrer desde la 19 hasta la 34, es decir el barrio entero, de punta a punta.

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